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Cantan los pájaros en el monte con una suave melodía,
el aire se respira fresco y la mañana me hace despertar,
un rayo de sol ilumina con brillo el día y se que de las piedras frías,
me puedo levantar;
abro la tienda de campaña, deslizando la cremallera hacia arriba,
saco con tranquilidad la cabeza y el resto del cuerpo detrás;
dentro de la tienda quedan perezosos que en breve despertarán,
mientras tanto; en pijama y con las botas de montaña,
camino un poco más allá,
separándome de la acampada y de todo lo demás,
me sumerjo entre los árboles pisando las hojas secas,
escuchando sus crujidos bajo mi caminar,
sigo andando, sin rumbo, solamente para llegar,
a un lugar más tranquilo aún,
un lugar sin preferencias, sin palabras, sin tormentas,
un lugar sin animales, sin personas, sin pesares.
Continuo caminando,
una piedra de tamaño considerable me llama para sentarme,
deposito al lado la cantimplora y mis ganas de vivir;
cierro los ojos, respiro profundo, sonrió por sentir,
por saber que no hay remedio sin tener que convivir,
que es difícil, que es doliente pero aprendes a reír,
una lágrima de emoción brota por mi ojo derecho,
por todo lo que hago sufrir,
por saber que no lamento que conmigo soy feliz,
¿y que más?
saber que estoy preparada para escribir.

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