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La calma es la virtud de los fuertes

                     Los testigos de la noche,
                                                            se va, 
como se fueron todos, 
               quien demonios querría estar con un cuervo,
            un pequeño pájaro negro que ve a través 
de los ojos de otros y los hace suyos.
                John Cage tocaba el piano y mostraba la 
vida que nos esperaba por venderle el alma al diablo.
El lado oscuro del corazón nos había quitado el
                                 hambre. Quan duro era enfrentarnos a vender 
las almas como la señora de la carnicería
las tenía en su expositor.

La isla, 
su tiranía y sabiduría. Hija y 
                                    protegida por un elefante y un obelisco.
                                                      Quien era capaz de no escapar, sabía que
debía regresar, matar a los fantasmas, pero
los extraños cantos la atrapaban,
           los cantos de la serenidad del mar y se sentía
            en bíblico al desconocer si aquella mujer
a la que le habían robado la lactancia
                                                          le salvaría del fuego del Etna

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