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DES-ESTRUCTURA - I

Persistiendo en la agonía de la ingenua soledad, me planteo la añoranza de un hogar no tan lejano donde recostar mi ajeno cuerpo olvidando lo demás, noches sin dormir por las impacientes sensaciones que me llevan a la vida compartida bajo un techo donde no existe dios ni amo y no importa como sea, si no extraño las leyes que allí existen, tres personas y un regazo donde llorar, donde reír, donde ser insensible sin pecado.
El tren es el destino que me lleva de la mano, me acompaña y me valora aunque se hace muy pesado, no busco aparecer y rodearme de salidas sin sentido, solo pretendo encerrarme cuando el discurso es compasivo.
Nunca espero sus caricias, nunca espero sus abrazos pero exijo en voz callada que me sean demostrados; las manos no pueden siquiera acariciar el viento, la falta de voluntad lo hace frívolo y oscuro cuando en esta amarga soledad condicionada no demuestro lo que quiero, me entretengo con chorradas que no son beneficiosas, perjudican mi alianza con aquellos más cercanos que siguen en la distancia.
Me planteo nuevas metas, las retiro de inmediato porque la vida me lleva a un camino sin atajos,
decisiones importantes, dignas de los tripulantes, los que me dan tanto miedo al pensar en la profundidad y el horizonte además de los baches y surcos en la tierra que no veo ni percibo por ir con los ojos tapados.
Hace cosa de unos años el pañuelo que tapaba mis ojos era oscuro y completamente opaco, con los vicios y los años es de seda y me lo quito pero no puedo dejarlo.
Perdimos cadenas, sufrimos las penas, único culpable, yo, si, yo.
Indecisión constante, disciplinas no aprendidas, barcos a la deriva y caminos sin salidas, rutas sin rumbo fijo, matemáticas al azar, todo ha dependido de la culpa de dejarme llevar.
Socorrista de despojos, guarda dudas sin sentido, amarillo por las venas, dudas de lo que no has sido.
Suplicas en noches de cielo cerrado, no pretendes continuar lo que el mundo te ha dejado.
Sueña una vuelta de llave, chirrían las visagras al abrirse por completo la puerta y cruje la madera carcomida por las terminas, es una puerta a la que da miedo acercarse, es la salida por la que echaría a cualquiera con tres tiros en la nuca, degollados sean sus cuerpos para sacar la esencia antes de salir,
de nuevo dejo sus mierdas dentro, las trago siendo inconsciente de que he vuelto a hacerlo, quito sus ropas para que nadie pueda ver mi sangriento amanecer, pues es como un día cualquiera que pierdo al despertar haciendo una bola gigante que al final del día explota y al día siguiente vuelve a empezar.
Los defectos me los guardo para que las condenas no sean duras cuando descubran el asesinato, hoy los tiré por el sumidero, mañana deberé pensar otro lugar por donde esconderlos, donde las paredes leen y escuchan cada palabra que escribo.
Ya no hay días de gloria, no hay muestrarios en mi calendario, simplemente no hay nada.
Simplemente quizás no merezcamos existir.

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